sábado, 7 de junio de 2008

Las aventuras de Pepito Churrasco (Cap. 2)

Las estrambóticas y disparatadas aventuras de Pepito Churrasco

(Una historia demencial y surrealista, perpetrada por una mente demente)

Capítulo 2. Pepito Churrasco empieza a oler a fiambre

- Cariño, ¿qué te apetece comer hoy?

- No sé. Tal vez algo de verdura.

- ¿Y algo más?

- Me comería también un buen trozo de carne.

Pepito Churrasco había estado escuchando esta conversación que provenía de fuera del frigorífico. Eran dos seres de una apariencia y costumbres extrañas. Se les conocía comúnmente como seres humanos, pero Pepito dudaba de tal condición. “No puede ser humano quien trata de saciar sus instintos más primitivos devorando un pobre e indefenso trozo de carne”, decía él para sí mismo. Pero el caso es que se trataba del matrimonio que habitaba aquella casa, cuyos nombres vamos a omitir porque eran dos seres innombrables.

Todavía retumbaba en la cabeza de nuestro protagonista aquella frase que había cerrado la conversación de la pareja de bípedos: “me comería también un buen trozo de carne”, que apostillaron con unas risillas malévolas. Cada vez que la recordaba un sudor frío le recorría su ya de por sí humedecido cuerpo. Pasaría bastante tiempo hasta que el matrimonio volviera a invadir la cocina y perturbar de nuevo la tranquilidad de Pepito Churrasco. Para él, aquella sala que los humanos llamaban cocina era un lugar no demasiado agradable. Debido a su condición, y al final que le esperaba en aquella habitación, él prefería llamar a esa sala ‘el corredor de la muerte’. Del mismo modo, la nevera era para él una fría y oscura cárcel.

Instantes antes de que aquel matrimonio hubiera vuelto a poner sus inhumanos pies en la cocina, o ‘corredor de la muerte’, Pepito ya había echado una mirada detenida a todo su alrededor, fijándose en todos y cada uno de los habitantes de aquel frigorífico. Él se encontraba en el piso de abajo, y a su lado yacía el señor Besugo, un tipo muy educado aunque siempre estaba ‘de morros’. Un poco más allá se encontraba Doña Zanahoria, Don Tomate y Doña Lechuga, todos muy amigos, y a los que Pepito les tenía especial cariño. Pero de todos los allí presentes, con quien más amistad había entablado era con Pescadilla, una fresca y lozana muchacha, de clase media-baja, pero algo narcisista ya que siempre se estaba mordiendo la cola ella misma y rehusaba que lo hiciera cualquier otro. Por este motivo, Pepito nunca había buscado en ella nada más que amistad. Bueno, por eso y porque sus ojos estaban clavados única y exclusivamente en Lubina Good Fish, una muchachita mucho más fina y esbelta que Pescadilla, que pertenecía a la alta sociedad. Pero sin tiempo para pensar en temas amorosos, Pepito seguía recorriendo con la mirada todos los rincones del frigorífico: una familia de croquetitas por allí, la pandilla de guisantes un poco más allá, Don Jabugo, con su perenne donaire de solemnidad, por aquel rincón, el viejo señor Manchego y el señor Cabrales un poco más retirados, pero ningún rastro de carne fresca a la vista. Hacía días que los filetes y las hamburguesas habían desaparecido de allí, y el único producto cárnico fresco que quedaba en el frigorífico era Pepito Churrasco, algo que a él le hacía temer lo peor.

Sin más dilación, una mano larga, gruesa y atroz penetró en aquel frigorífico y Pepito la contempló recordando una y otra vez aquellas palabras: “me comería también un buen trozo de carne”. La susodicha extremidad se acercó lentamente a nuestro amigo, pero se desvió ligeramente hacia la derecha para coger de los pelos a Doña Zanahoria, junto con Don Tomate y Doña Lechuga, y algunas otras hortalizas con las que Pepito tenía menos trato. Atónito ante tal espectáculo, a aquel vivaracho solomillo le invadió a la vez una sensación de pena y de alegría. Pena porque se llevaban a sus amigos para siempre, pero alegría de saber que él no era el elegido para el festín en esa ocasión, ya que al marcharse la mano, había cerrado tras de sí la puerta de aquella ‘celda de castigo’.

Nuestro amigo se encontraba ya mucho más tranquilo, pero no descansaría completamente hasta unas horas más tarde, pues no descartaba que aquellos humanos realizaran una nueva visita al frigorífico. Sin embargo todavía no comprendía que a pesar de las palabras que había oído, “me comería también un buen trozo de carne”, él había salido ileso de aquella situación. “Es algo inexplicable”, se decía. Pero lo que el bueno de Pepito Churrasco ignoraba es que detrás de aquella frase que para él significaba una terrible amenaza, tan sólo se escondía una simple metáfora sexual.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿una metáfora qué?, no lo he comprendido, ni tampoco lo de la pescailla lozana. estás a punto de destrozar la vida de un ser carnico, que basa sus miedos en la posibilidad de fallecer tortuosamente, y solo se te ocurre pensar que lo de un buen trozo de carne era una metafora sexual?.joder tio, esperaba más de tí. exijo, en calidad de lector habitual, una muerte digna de Pepito, una muerte como la que nos gustaría a todos los hombres del mundo, oliendo a podrido y rodeados de bacalao y cerveza fría y mientras vemos un partido de fútbol o una carrera de Fernando Alonso. LOZANO

el guerrero del interfaz dijo...

Estimado Sr. Lozano (si es que es ese su verdadero nombre), le agradezco enormemente que usted lea mi blog y comente las entradas (no las mías, sino las de la web).
En primer lugar, como he sido yo quien ha ideado esta historia, seré yo quien la conduzca, a mi modo, hacia su desenlace (si es que lo hay). El relato en sí no tiene razón de ser, pero tampoco tiene razón de no ser (como el sujeto que lo creó). Como me rijo bastante por un anarquismo general a la hora de poner contenidos nuevos, lo más normal es que sufra bastantes modificaciones tanto la historia como la forma en que se irá construyendo. Estoy abierto (y aquí no hay metáfora sexual) a todo tipo de sugerencias. Si no he respondido a su queja correctamente, diríjase al servicio de atención al cliente de orange 470 y a ver que le cuentan caballero.

saludos

Anónimo dijo...

aún así, gracias. LOZANO