Con Eurovisión, ese mal llamado ‘Festival de la Canción’, ha pasado algo similar. Muchos fueron los que desearon que en esta ocasión el representante español quedara en el último puesto, porque España iba a “hacer el ridículo”, y que prácticamente satanizaron no sólo al personaje sino también al actor que se escondía detrás del mismo. Muchos de los que así pensaban pertenecen a ese fenómeno llamado ‘eurofans’, que traducido resulta “friki (en el sentido más peyorativo del término) sin más ambición en la vida que recorrer la geografía europea para asistir a las galas más estúpidas y martirizar sus oídos, deteriorados ya de por sí, con las canciones más simples y despreciables” (pongan estas palabras en mi boca y en la de otra mucha gente). Yo les preguntaría a este tipo de sujetos si piensan que, desde un punto de vista musical, el ‘chiki chiki’ dista mucho del ‘aserejé’, de ‘la macarena’, o de otros temas perpetrados por individuos como King África, Georgie Dann o David Bisbal, y que causan gran adoración entre las masas. O incluso si no era tan lamentable o más el ‘Europe living a celebration’, que interpretaba una ‘Rosa de España’ que fue explotada hasta la saciedad, y que estancaron en unos estilos musicales muy distantes de sus posibilidades reales (aunque personalmente no me guste como cantante, reconozco su valía).
Pero vamos a hablar de Rodolfo Chikilicuatre y su ‘chiki chiki’. La canción la elaboraron unos simples guionistas del programa Buenafuente (y no Pedro Guerra y Santiago Segura como un periódico ‘serio’ como El País llegó a decir, tragándose hasta le médula la broma televisiva). Objetivo: parodiar el fenómeno reggaeton y colarse en la gala que preparaba Televisión Española para decidir el representante español en Eurovisión. Y se colaron en la gala con los votos (legales, muy a pesar de TVE) recibidos a través del portal Myspace. Pero para mayor sorpresa e incredulidad de los ideadores de esta canción, resultó ser el tema elegido para ir a la gala europea con una diferencia de votos aplastante, para mayor pesar del ente público y de un José Luís Uribarri que al principio renegó del ‘chiki chiki’, pero demostrando una gran hipocresía y una absoluta falta de dignidad, decidió apoyarlo para seguir pavoneando su figura por la televisión de todos los españoles (a pesar de no comulgar con el invento, si comulgaba con las ganancias). Y TVE tuvo que tragar porque había apostado por el sistema de votación de los espectadores y, por su propio bien, no le quedaba más remedio. Pero al final ha resultado que los beneficios que el ‘chiki chiki’ le ha reportado al ente público (y también al Terrat y a la Sexta) han sobrepasado sus propias expectativas, primero por la explotación del personaje y el merchandising, y después porque la gala eurovisiva batió record de audiencias (al parecer la vieron tanto seguidores como detractores del fenómeno).
En cuanto al resultado, para mí lo de menos ha sido el puesto. Hubiera quedado más abajo o más arriba, el éxito ha sido que un actor tan versátil (esperemos que no esté ya condenado por el personaje) como es David Fernández cante en Eurovisión vestido de a saber qué, con una guitarra de juguete, un tupé a lo Elvis, unas gafas sin cristales, un falso acento argentino, una música de teclado Casio y una letra tonta pero pegadiza. Para mí una genialidad más de la factoría El Terrat, para otros un ridículo espantoso. Pero el verdadero ridículo es que España siga asistiendo a un festival que tiene mucho de batalla geopolítica y poco o nada de música medianamente aceptable. Si en algún momento Eurovisión fue cuna de valores artísticos, cosa harto improbable, y menos en el caso hispano (Massiel, Karina, Betty Missiego, Salomé, Serafín Zubiri, D’Nash…), ahora no es más que un escaparate de frikis, eurodivas recauchutadas y sujetos con menos proyección musical que un botijo de madera. He dicho.